lunes, 7 de julio de 2008

La Inundación

El desastre del cual provenía no era menor, mi bote se había roto en pedazos, su madera se había podrido creando agujeros que hicieron que el agua entre en grandes cantidades por minuto. Abajo, el fondo azul marino bien oscuro, terrorífico, tan sublime que parecía comerte vivo de solo mirarlo. La paranoia nunca me falló, estuvo siempre a mi lado. Curioso y algo áspero que en esos momentos uno se haga amigos tan particulares.

A veces hay un bote cerca para saltar... ¿me creerían si les digo que esta vez ningún bote de los que tenía cerca me podía salvar?, ¿Acaso creen que un colega insensato a quién yo le hubiese tendido la mano me salvaría quizás?, ¿O una mujer que me conocía tan bien como la palma de su mano?, ¿La familia?. Si, todos ellos estaban ahí, pero ninguno con las herramientas para el salvataje idílico que mi mente pretendía encontrar fugazmente para el rescate. Cuanta fragilidad, cuanta necesidad, cuanto vacío para llenar... Quizás era demasiado.

En el momento en el que caí a las fauces marítimas pude ver la realidad. Era una lucha constante: yo y mi mente, la única que podía sacarme de esa situación, y la succión del agua densa. Comencé a dejarme llevar, pero quizás lo que me salvó fue que no cerré los ojos nunca, de esa manera llegué al fondo despierto y consciente de lo que estaba sucediendo. Mentiría si dijera que el corazón no se me detenía a cada segundo, pero por algún motivo seguía funcionando. Cuando toqué el fondo casi muero simultáneamente. Jamás lo había tenido tan cerca. El fondo era prácticamente un tesoro refugiado, cómo si el agua lo tapara por un motivo particular.

Desprotegido completamente y echado hacia el vacío profundo me encontraba. No supe reaccionar a tiempo, y aún así, ¿existe una reacción adecuada para una situación así?. Luego del estrés situacional y el traumático cambio de curso de mi viaje, en algún punto mi mente no soportó y comenzó a derrumbarse de a poco. Simplemente un día estallé en llanto y me vi indefenso ante un gran fantasma ya conocido para mí. El vacío duró algunos meses hasta que se fue debilitando solo, momento en el cual aconteció la paz. En algún punto, y rearmando un poco las piezas de mi rompecabezas, comencé a flotar de nuevo. Tuve que conseguir un bote nuevo, pero en la construcción tomé partes del anterior que se habían salvado.
Pablo A. Cordes
Consultor Psicológico
Cel.: 156-013-4220
e-mail: pablocordes@ciudad.com.ar

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